domingo, 9 de marzo de 2008

En el corazón de la Tierra hay un vacío con forma de dios

Paradójicamente, a medida que en nuestra sociedad aumentan las respuestas (gracias a la labor de la ciencia), la pregunta "¿por qué?", tan vieja como el mundo, emerge de las profundidades de las almas humanas cada vez con más fuerza, con más urgencia... ¿Cuándo se cansará el cielo de sembrar silencios?

No quiero y no puedo creer del todo en el sinsentido. De ninguna forma mi razón termina de aceptar que no existe una realidad transcendente que dé pleno sentido a la existencia del hombre (es más, la razón y un impulso interior me chillan, me gritan que hay algo, aunque ahora no lo entienda del todo).

No concibo al hombre sin Dios, sin Creador. Porque si me parece imposible aceptar que su físico, su cuerpo - con sus infinitas complejidades, con su infinita sabiduría - haya sido producto del puro azar, me parece más que imposible si cabe que lo que el hombre es por dentro, esto es, todas sus vivencias interiores, sus pensamientos, sus sentimientos, su voluntad, todo eso, carezca de una causa y un fin últimos. No puedo entender cómo la materia (surgida a saber de dónde) se ha podido juntar por azar para dar lugar al cerebro, base de ese mundo interno tan complejo y maravilloso que aún se desconoce lo que es. Yo no puedo descifrar un pensamiento estudiando el impulso nervioso que acaba de pasar del axón de una neurona a las dendritas de otra. ¡Y menos descifrar un sentimiento! Creo que añadir millones y millones de años no es la solución para explicar cómo se ha llegado a semejante complejidad. Por otro lado, tampoco puedo entender que exista un alma inmortal independiente del cuerpo, pues no habría "mundo interior" sin un corazón físico que oxigene el cerebro; no habría mundo interior sin el mundo exterior físico, sin ese aire que ahora acaricia mi piel, pero que al respirarlo hará posible que se desencadenen las reacciones químicas necesarias para que yo pueda tener un pensamiento. Todo esto es demasiado complejo, señores. En un universo en el que la entropía aumenta irremediablemente, es decir, la materia tiende al desorden, a la descomposición en componentes, donde la energía tiende a disiparse, van y aparecen las estructuras más ordenadas y encima surge la vida, que es un excelente estado de orden, algo extraordinariamente improbable. La vida prácticamente viola la segunda ley de la termodinámica. Tras una explosión de letras - valga la analogía - estas van cayendo y se van colocando de tal manera que al final queda escrita en el suelo toda la obra "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha", con buena letra y mucho arte. ¿Cómo creer en una casualidad tan grande? ¡Pero si hay que tener más fe para creer eso que para aceptar que el mundo ha sido diseñado y punto! "El Quijote" tiene un autor - ¡pues el mundo (millones de veces más complejo y bonito que "El Quijote") igual! No puedo sino concluir afirmando rotundamente que hay Dios creador, sea quien sea, sea como sea. Mi razón y un impulso irrefrenable me obligan a hacer esa afirmación y ninguna otra, a pesar de no comprender aún muchas cosas. A pesar de que a la pregunta "¿por qué?" se nos conteste "porque Dios habló", a pesar de que seamos tan aficionados de la soberbia, de que aun no hayamos sido capaces de llegar a ser lo suficientemente humildes como para aceptar ese porqué sin rechistar, debemos creer que existe un Creador si queremos considerarnos seres cuerdos.

Ahora bien, una cosa es creer que hay Dios creador y otra muy diferente, creer en Dios o tener fe en un Dios que atiende con cariño al hombre, que se interesa por su vida, un Dios personal. Superar la sensación de sinsentido, de que todo está regido por el determinismo natural, de que Dios está de vacaciones, generada por el silencio divino es todo un reto. El hombre quiere respuestas concretas e inmediatas, quiere pruebas para creer. La irritante lejanía del Ser Supremo nos lleva a la desesperación, a concienciar lo pequeños e insignificantes que somos en este universo, a rendir culto al relativismo y al azar, a creer que Dios - si existe - es alguien que está ahí pero que no afecta nada a nuestro mundo, que no determina qué es lo bueno y lo malo, y que, en definitiva, no hay ni bien ni mal. Sin embargo, ¿por qué hay leyes en nuestro mundo? ¿Por qué hay moralidad? ¿Por qué esta tendencia a poner límites, reglas y preceptos morales? ¿Por qué siempre hay consecuencias tras una llamada "mala acción", consecuencias como el sufrimiento propio del que la comete o el sufrimiento ajeno? ¿En qué se basa el Estado para prohibir y castigar el crimen, el maltrato físico, etc.? ¿Con qué derecho me detendría a mí la policía si matara a un hijo mío recién nacido? Es mío, la naturaleza me ha permitido tenerlo, a la especie no le ocurre nada si yo mato el ejemplar al que yo misma he dado vida. ¿Cómo se come eso del respeto a la dignidad humana? Si no hay Dios para justificar lo que pasa (no solo lo que hay) en el mundo - tanto lo malo como lo bueno - no puede haber moral. Es imposible. Kant lo dijo muy bien. El sinsentido y la moralidad no son compatibles. Sin una causa extrínseca a este mundo que dé base a la moral ninguna ley tiene sentido, lo del bien y el mal es una ilusión y a mí nadie me va a convencer de que hay acciones buenas y otras malas si no existe un Dios que es más que mero Creador, un Dios que justifica el bien y el mal, el blanco y el negro, así como el gris y demás colores intermedios; un Dios, por tanto, implicado en el mundo.

A mi entender, tener una fe auténtica implica necesariamente un cambio radical en la manera de ser del creyente, una conversión real, una irrupción de amor en su vida. El que ose afirmar que cree en Dios debe llegar a sentir amor. Si no es así, uno se autoengaña. Es muy duro, pero su fe no sirve de nada. Eso es ser "templado", cuando es preferible ser o frío o caliente. Si eres "frío" un día podrás volverte caliente, pero si eres "templado" y vives creyendo que eres caliente, es mucho más difícil abrir los ojos. San Pablo, hombre de gran fe, dijo una vez que aunque tuviera fe no sería nada si no tuviera también amor. ¿Será - entre otras cosas - porque es posible que la fe como tal puede ser una opción elegida solo porque a uno le conviene más ("recuerda, te espera una vida eterna allá arriba"), por amor a la rutina, a la vida fácil que ofrecen las organizaciones religiosas actuales? Sería una fe engañosa, aparente. Dios, sin embargo, quiere que vayamos a él por amor, que no le tratemos como a un objeto siempre disponible del que hemos de servirnos cuando estemos en problemas, que no le exijamos que nos conteste a nuestras soberbias preguntas (nacidas del limitado universo humano), sino que a pesar de todo, le amemos. "[El amor] todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta." ¡¿¡Cómo puede pedir a unos seres ciegos, ahogados en su propio yo, en su egoísmo y en sus placeres, que pelean y se muerden los unos a los otros por elevarse a sí mismos en la escena del mundo, que amen a un Dios que no ven por encima de todas las cosas y a su prójimo como se aman a ellos mismos!?! No nos pide concretamente que creamos en su existencia, que le recemos todos los días, que frecuentemos las iglesias y que estudiemos la Biblia, que todo el mundo nos caiga bien, que seamos amables con todos, etc. etc., ¡nos pide que le amemos! Y amándole a él, amaremos a todos nuestros amigos y enemigos, a los desconocidos, a todos. Y amándole a él, no nos harán falta reglas y preceptos humanos absurdos, él nos enseñará a poner los límites, él se lo dirá a nuestra conciencia y nosotros le obedeceremos porque le amamos...

Y sabremos que vamos por buen camino cuando estemos resignados, reconciliados con su silencio, cuando bajemos la cabeza y, a pesar de todo, nuestra felicidad y nuestra paz interior sea continua, aunque haya altibajos. La conversión comienza por comprender y aceptar con humildad la realidad de la condición humana, entender que lo propio de la criatura es amar incondicionalmente a su creador, al igual que lo propio del hijo es amar a sus padres. Esta actitud de sencillez espiritual, de disponibilidad, humildad y agradecimiento es lo que prepara el terreno para que la semilla de la fe germine y pueda crecer en el hombre. Pero en general se prefiere "vivir la vida", una vida "light", llena de excesos, sin compromisos morales; rebelarse, ser diferente y si puede ser, único, "culto", pretender que Dios "baje fuego del cielo" para que creamos en él. No se plantea en general la cuestión de si esa aparente indiferencia del Creador responde tal vez a un respeto profundo por el libre albedrío del ser humano... Con su actitud de soberbia el hombre ya ha elegido, por lo que en vano pide fuego del cielo.


La fe es lo que da sentido a la vida y el amor, lo que da sentido a la fe. Una vida sin fe es una vida vacía, una fe sin amor es pérdida de tiempo...