domingo, 23 de diciembre de 2007

El amor no existe... hasta que existe

(relato)

"Tía, estoy segura, esta vez es totalmente diferente, siento que él es el Elegido, mi príncipe azul, mi Romeo, mi media naranja, el objeto de ese amor místico en formato comprimido con el que nací, con el que todos nacemos. Moriría por él. ¿Te vas haciendo una idea de cuánto le amo?"

Desde luego que me iba haciendo una idea. La explicación de mi amiga era lo suficientemente detallada como para que acabara yo clasificando su amor por su novio dentro de la categoría "pasiones desaforadas propias de la juventud", amores que vienen y se van como la primavera. Nunca pude contener el nacimiento de una sonrisita en mis adentros, fruto del candor que apreciaba en los negros ojos de mi sincera amiga cuando me hablaba de su amado. En el fondo consideraba aquello exagerado, el resultado de una exaltación de esas típicas del género humano, análoga quizás al fervor religioso, y daba gracias al Azar de que a mí no me hubiera pasado eso hasta el punto de caer en el ridículo de semejante forma. Estaba orgullosa de que mi razón no había podido ser quebrantada hasta cegarme por completo y convertirme en prisionera de un espectro, de una apariencia, de algo que no existía realmente. Porque para mí el amor, entendido como un sentimiento totalmente desinteresado y un deseo de fusión espiritual eterna con el ser amado, no existía. La miga de todo el rollo del amor era la satisfacción de las necesidades primarias de la especie y lo demás, delirios de grandeza justificados por la naturaleza creadora del hombre.

¡Cuán equivocada estaba! ¡Cuán rápidamente puede el ideario de un ser dar un giro de ciento ochenta grados por una imagen, por la aparición ante sí de otro ser! ¡Qué frágil es la razón frente al Sentimiento! Todo empezó aquella tarde primaveral –¡qué ironía!–, cuando le vi por primera vez paseando con su perro. En ese místico instante sentí en mi alma una brisa como de mar que, agitando las partículas de mi ser interior, logró elevar el polvo que con el tiempo había cubierto el nido de los sentimientos amorosos. Mi alma abrió un ojo y, rompiendo el hielo, salió de la inercia en la que había estado sumergida desde sus principios. Cuando a continuación la mirada de él se entrecruzó con la mía, la brisa que había nacido en mi alma dejó de ser brisa para ser viento y florecieron las más alborotantes sensaciones: mi alma había acabado de abrir el otro ojo. Una fuerza divina clavó mi cuerpo en la tierra y en vano mi amiga – la mística – tiraba de mí para que la siguiera y disimulara un poco mi cara de oveja embobada (que ya había suscitado la curiosidad de algunos paseantes sobre si tenía algún problema mental): mis pies seguían ya a otro dueño, el corazón. Había caído ante una simple imagen masculina. Tenía que hablarle, tenía que impresionarle; si no, corría el riesgo de no volver a verle. Me acerqué a él, le sonreí tímidamente y le dije lo más profundo que se me ocurrió: "Bonito perro." Nunca antes me había acercado así a un desconocido. Contestó sonriendo. Tras esto se hizo el silencio durante unos segundos. Segundos incómodos pero deliciosos segundos. Me senté en un banco próximo sin perderle de vista. "Buena idea", dijo, y me siguió con su perro. Entonces me acordé de mi amiga y la busqué con la mirada. Se había ido, se había ido mi sabia amiga.

Hoy soy una "mística" más. Han pasado ya varias primaveras desde entonces y mi amor por el que ahora es mi mejor amigo (no me gusta la palabra "novio"), lejos de "irse", crece cada día más, a medida que nos vamos descubriendo mutuamente, crece con cada disonancia, con cada consonancia, crece con cada mirada en la que nos lo decimos todo, con cada pelea. Y siento que no bastaría una vida para conocer al dedillo, hasta el fondo, al ser por el que darías la vida, por lo que al amor le queda por crecer.

A todo aquel que hoy me pregunta irónicamente "¿pero tú no negabas la existencia del Amor?" le contesto sonriendo con la seguridad de una persona experimentada: "el Amor no existe… hasta que existe".

lunes, 17 de diciembre de 2007

Adorado diciembre

Invierno en la mitad privilegiada del mundo. Diciembre, ocaso del 2007. La tierra bulle alborotada: sus habitantes han salido a la calle a derrochar su dinero, se preparan fiestas y botellones, se decoran calles, casas y tiendas, se instalan belenes. En el aire se respira agitación y consumo. El adiós del 2007 encuentra una humanidad obediente que acude, como siempre, preparada a la cita. Es la tradición, y la tradición es sagrada.